Pensamientos que sólo dibujo porque me da pena decirlos
La modulación de una voz y los impactos que ésta genera, en ocasiones no deben medirse en volúmenes de sonoridad o en la cantidad de movimientos que realiza una boca. Cuando leo a la Señorita Lechuga entiendo esto a la perfección; ver sus movimientos, sus gestos y sus diálogos hechos letra, me hace comprender demasiadas cosas no sólo en torno al pensamiento humano, sino a la ilustración, al comportamiento de la mujer y del hombre, a la transitoriedad del habla y demás cosas extrañas que se me van ocurriendo en el camino.


He llegado a pensar que esta chica con apellido herbáceo, después de tanto observarla y tratar de medir sus pasos, es completamente real. Y en efecto, ella lo es —eso nadie lo niega—, sería imposible que no lo fuera y estarla mirando; pero me refiero a que esté hecha de carne y hueso. Cuestión que se torna un poco complicada a menos que sus músculos y sostenes alguna vez se detallen en tinta y poco a poco ocupen un lugar más completo en el mundo. De lo contrario, es una mujer que oscila entre dos o más mundos. Pero eso sí: siempre real.


Estar frente a la Señorita Lechuga, esa que cada día se hace más presente y humana, me remite inmediatamente a pensamientos constantes sobre su ser y el mío, a cosas que nos suceden diariamente en esa simbiosis de espectador e ilustración; situaciones que van transparentando nuestro mutuo entendimiento y una ruptura con la pantalla que nos separa. Por ejemplo:
1. Decir que ella es tan fresca como la planta con quien comparte nombre es reducirla a algo que le haría torcer los ojos. Sólo ella tiene permitido pensarse de tal forma.

2. Que de pequeña seguramente tuvo que lidiar con las bromas más torpes del mundo en relación con su apellido.

3. Ha de amar ser ella (unas veces más que otras).

4. Su trabajo consiste en demostrar el lado femenino y la mirada humana en casi cualquier cosa. Y nadie tiene un trabajo tan loable, entonces.

5. Ella en vez de hablar o pensar silenciosamente, ve sus palabras correr. Su lenguaje no se escucha ni se sobreentiende, se siente.

6. Y es que puede darle pena decir lo que piensa, por eso todo en ella es dibujo.

7. Su ser mujer y su ser ilustración es la suma de muchas féminas e historias. En ella convergen siglos de evolución creativa, narrativa y reflexiva.

La Señorita Lechuga resulta ser una creación, aunque no por ello una mujer carente de libertad y autonomía, de la ilustradora Andrea Chavarín y la periodista Yolanda Morales. Un par de mentes que le han sabido dar sentido, rostro, pero sobre todo actitud, a una mujer contemporánea un tanto perdida (como cualquiera de nosotros), pero siempre juiciosa y muy decidida. Yolanda, comunicóloga, siempre viaja por el país y el resto de Latinoamérica en busca de ferias del libro para entrevistar a quienes hacen ficción, también es reportera cultural de una canal de televisión; Andrea, estudiante de Historia del Arte y Arqueología Antropológica, ama buscarse (y encontrarse) en su producción artística, sueña con un futuro creativo. Ambas: íntimas amigas y cómplices de la Señorita Lechuga, una chica tijuanense con mucho camino por delante y deseos por estudiar una maestría en lengua y literatura en la NYU. Señorita Lechuga en manos de Andrea y Yolanda se declara enamoradiza, confundida pero a veces muy segura, amante de los libros, ancha de caderas, libre aunque ocasionalmente atrapada, muda y un tanto improvisadora.


Yolanda y Andrea tienen pensado construir un libro acerca de la Señorita Lechuga; esta última estará de lo más contenta (y nerviosa) cuando se entere. Sin embargo, estos planes tendrán que esperar un poco más. No es tan fácil como parece el lanzar un proyecto editorial así. Por lo mientras, las dos humanas de esta triada se encuentran en San Diego, California, en un gran proyecto de promoción para la lengua y literatura mexicanas a lo largo de las bibliotecas de dicha región. Lechuga entonces espera. Seguramente aguarda junto a su teléfono por cualquier cosa que salga de imprevisto. Los días en que se aburre sale a las calles para dar batalla, explorar y motivar; porque la chica hierba es ese trazo, esa idea que en repetidas veces se necesita para seguir adelante. Ella existe porque nunca está de sobra ver que otro piensa lo mismo que tú e igualmente va dando tumbos mientras descubre cómo se soluciona esto llamado vida.